Manuel Fernández y González
Manuel Fernández y González (Sevilla, 1821 - Madrid, 1888), el folletinista más conocido del siglo, fue además poeta y dramaturgo. Hijo del Capitán Cárdenas (de ideología liberal-progresista) y doña Rosita González del Rivero, se trasladó a Granada debido a la represión de Fernando VII y la consecuente encarcelación de su padre. Fue estudiante aventajado en el Colegio de Sacromonte y creció recorriendo las calles granadinas. Era humilde y provocativo, de una infantilidad característica que mantendría hasta sus últimos días. Se licenció en Filología y Derecho en la Universidad de Granada, mostrando interés por la historia y la lectura de los clásicos, a la vez que producía incansablemente.
Vivió la primera guerra Carlista (1833-1840) y participó en la milicia durante la Regencia del General Espartero, que provocó su participación en el motín de Sevilla y su regreso posterior a Granada. En 1845, se trasladó a Madrid por un cargo en la Dirección de Estado Mayor y fue nombrado línife en el círculo de “Regimiento de literatos españoles”. Regresó a Granada en 1847, donde llevó a cabo una incesante actividad literaria, sobre todo durante la década siguiente. En 1854, Espartero regresó a España y tuvo lugar la revolución del Bienio Progresista; «La Cuerda» –grupo literario que frecuentaba el autor– partió hacia Madrid y sus colaboradores se reunieron con el folletinista, donde residía por entonces. En los años sesenta se marchó con una estanquera a París, aunque ya gozaba de otro matrimonio. Allí obtuvo una fama tardía que le permitió vivir cómodamente y entabló amistad con el escritor Alejandro Dumas. Vivió La Gloriosa y la caída del trono de Isabel II, a quien visitó durante su estancia en París. En su peculiar idiosincrasia, siempre defendió una República española gobernada por la Reina.
En los años setenta, se hizo socio del Ateneo donde acudía para leer sus versos. Fundó el Periódico para todos (1872) con Ramón Ortega y Frías y Torcuato Tárrago y Mateos, junto con el editor Jesús García. Era complaciente, pero siempre se sintió superior a su entorno. Como indica irónicamente Hernández Girbal, era «la modestia del modesto escritor». En 1873, Amadeo I renunció al trono y se inició la Primera República española, que cesaba al año siguiente. Con el reinado de Alfonso XII concluyó La Discusión, y Fernández y González se declaró defensor del Rey y de la Restauración borbónica.
A lo largo de su vida, participó activamente en diversas tertulias, como el «Carmen Cadeiro» o «El Pellejo. Asociación gastronómica y artístico-literaria», entre otras organizaciones como «El Recreo», «Las Delicias» o «El Liceo», donde conoció a su futuro maestro, el escritor y crítico Manuel Cañete. En Madrid, las organizadas en la librería Zamora, compartidas con Antonio Matute, José Jiménez Serrano, Salvador de Salvador o Manuel Palacio, entre otros; también, en la «Cuerda granadina» y en el «Carmen de Ronconi» –donde lo denominaban el poetilla– y la “Fonda de San Francisco”. Algunas se organizaban en La Discusión y La Iberia (debido al inicio del Sexenio Revolucionario), otras en la Carrera de San Jerónimo, a las que asistían figuras como Gustavo Adolfo Bécquer.
Durante los años setenta, su obra decayó considerablemente; por un lado, debido a que la novela de folletín seguía en retroceso; por otro, por la incesante defensa, por parte del autor, de los Borbones. También contribuyeron sus múltiples ocupaciones, razón por la cual requirió en ocasiones de la ayuda de figuras como Enrique Pérez Escrich, Julio Nombela o Mariano Lerroux, a quienes dictaba sus escritos. Fue bien recibido en Palacio, donde Alfonso XII escuchaba sus versos. Obtuvo una plaza de Inspector de Antigüedades en el Ministerio de Fomento por su labor literaria y aunque el sueldo no era escaso, sus gastos seguían siendo desorbitados. Durante esta década e inicios de los años ochenta, realizó críticas en el café de Zaragoza, donde se le acercó inesperadamente un jovencísimo Blasco Ibáñez, al que ampararía. En 1886 le fue concedida una pensión por votos. Dos años más tarde, tras veinte días en cama, incesantes visitas del doctor y la administración de medicinas, una bronquiectasia terminaría con su vida. Leyenda o realidad, pereció con folletines inacabados y como únicas pertenencias un paquete de cigarrillos y seis reales en el bolsillo de su chaleco.
Manuel Fernández y González partió de la innovación de la novela histórica en España, bajo substanciales influencias como Walter Scott. Su género por excelencia fue el folletín, con el que escribiría una novela al gusto del público, con pinceladas personales que abarcarían todo tipo de temas: el amor apasionado, el honor caballeresco, los deberes, los afectos, las situaciones sorprendentes, todo en un ambiente original y peculiar. Concebía este género, según Hernández Girbal como «un arsenal inabarcable».
Su primera obra consta de un libro de poemas publicado el mismo día en que su padre salió de la cárcel: Manuel Fernández y González. Poesías (1845). Escribió poesía morisca, quizá por el influjo de la arquitectura granadina. Su lírica era rica en forma y léxico y siempre mostró la influencia de la escuela sevillana en al que predominaban los temas de la Patria y la Libertad. Su primera novela histórica fue El doncel de don Pedro de Castilla (1838) y se publicó en la revista andaluza La Alhambra.
Su extensa y compleja obra –según Ignacio Ferreras, doscientas novelas aproximadamente–, se clasifica por el mismo estudioso en cuatro etapas. La primera comprende desde su primera publicación poética hasta 1857 caracterizada, sobre todo, por la novela histórica. Durante estos años, fundó en Madrid el periódico El Diablo con Antiparras, donde se enfrentaba a Zorrilla, pero no obtuvo éxito. Escribió obras como Sansón (1848), una tragedia bíblica, además de un libro para la infanta María Luisa titulado Allah-Akbar. ¡Dios es grande! (1849) entregado en persona.
En 1850, ganó la Flor de oro en el certamen poético de El Liceo con el poema épico La batalla de Lepanto. Durante esta década escribió por encargo editorial de Gaspar y Roig Don Álvaro de Luna (1851), La infanta Oriana (1852) y Men Rodríguez de Sanabria (1853) de las que obtuvo grandes ingresos. Algunas de las novelas de esta primera etapa se caracterizaban por la muerte del protagonista en un lugar honroso, todas ellas históricas, como Los monfíes de las Alpujarras (1856) o El cocinero de Su Majestad (1857). Por otro lado, inició sus colaboraciones en El Museo Universal y El Mundo Pintoresco, además de ingresar en la redacción La Discusión –junto con Pi y Maragall, Nicolás María Rivero y Gómez Martín– en la que intervino activamente con novelas de folletín, además de la elaboración de resúmenes. Durante este período participó en la editorial de los Hermanos Manini, donde publicó Doña Sancha de Navarra (1854) y Enrique IV el Importante (1854).
En su segunda etapa, caracterizada temáticamente por el dualismo moral, escribió Bernardo el Carpio (1858), Luisa o el ángel de redención (1859-1860), El martirio del alma (1860-1861) y La sombra del gato (1862), entre otras obras. Durante su estancia en París escribió novela de folletín en Le Figaro, además de numerosas colaboraciones en revistas como: Le Mande Illustrée, Le Pays, L’Opinion Nationale, Le Patrie, Le Siècle y Le Manitou.
Su tercera etapa comprende su característica novela criminalista de aventuras, integrada en la novela histórica, como es el caso de Los siete niños de Écija (1863) y El Marqués de Siete Iglesias (1863?). Debido a su carácter progresista, tras la Gloriosa, dedicó sus escritos a las clases obreras, por ejemplo: La sangre del pueblo (1869), aunque veía su éxito disminuir poco a poco. Finalmente, elaboró novelas de carácter dualista-social, además de las novelas de bandidos españoles –siempre como consecuencia de la sociedad– como Diego Corrientes (1866) y El guapo Francisco Esteban (1871).
En el ámbito dramático, escribió Entre el cielo y la tierra (1858) y Cid Rodrigo de Vivar (1875), este último –que también atendía a la categoría de los clásicos– fue aplaudido por la reina Isabel II. En escena, colaboró con la compañía de José Tamayo y Joaquina Bons, con quienes entabló una estrecha y duradera amistad.
Contribuyó durante ocho años en El Museo Universal –desde 1857 hasta 1865– con un total de quince colaboraciones. Publicó dos cuentos, varios artículos de carácter crítico e historiográfico y un total de cuatro composiciones poéticas. Todas ellas son muestra de la gran variedad temática y formal de su labor para la revista y revelan la diversidad de la trayectoria de su obra literaria. «Un episodio histórico” es un relato histórico-legendario sobre la muerte de Fernando el Católico; «Amor de monja» es un interesante cuento religioso-moral acerca del amor puro y de los distintos tipos de afecto. «Monumentos árabes» y «Monumentos de Toledo» son dos extensos artículos sobre monumentos históricos españoles, a los que deben sumarse dos artículos historiográficos en los que describe arquitectónicamente la Alhambra y sus alrededores («La Alhambra», de 1860) y uno erudito, sobre algunos de los pintorescos rincones del edificio granadino («La Alhambra», de 1862). De 1860 son los artículos históricos «La toma de Granada y el suspiro del moro», que trata el proceso de entrega de la ciudad a los españoles atendiendo a una leyenda granadina, y «Prisión del rey de Francia Francisco I» sobre su enfrentamiento con Carlos V. Finalmente, debe consignarse un artículo crítico-social («Cosas de Madrid») acerca de las categorías de los carruajes de Madrid. Escribió, por otro lado, una crítica peyorativa al premio poético sobre la guerra de Marruecos ofrecido por la Real Academia Española y elaboró una biografía idealizada sobre una artista escénica («Carolina Santoni»). En el ámbito de la poesía, publicó en El Museo Universal unas redondillas de carácter literario laudatorio, dedicadas a la donación del Patrimonio por parte de doña Isabel II («La voz de lo pasado. Fantasía»); una octava real glorificando el poder español en una guerra contra el continente africano («A África»); un poema narrativo que reivindica la Reconquista española («A España. Recuerdos y esperanzas») y un poema dedicado a una mujer que denota el paso del tiempo y la vejez («A Eugenia»).
En 1858 Manuel Fernández y González publicó por primera vez unos «cuadros de costumbres», que llevan por título «Los piratas callejeros, en la revista semanal El Mundo Pintoresco. Se trata de una serie de cuadros, en algunos casos con una mínima ficción, en los que quedan representados algunos de esos varones que se dedican a engañar a las «muchachas de taller», a las «reinas del estropajo», a las niñeras, a las «doncellas de servir», a las «cocineras vizcaínas» y las «hijas de familia», encarnando un verdadero «escándalo ambulante». Los piratas callejeros se publicó en volumen en 1866 por la imprenta de Leocadio López, junto al cuento «La voluntad de Dios».
Cuentos
Manuel Fernández y González, «Un episodio histórico», El Museo Universal, I, 3 (15 de febrero de 1857), pp. 18-19; 4 (28 de febrero de 1857), pp. 26-27.
Manuel Fernández y González, «Amor de monja», El Museo Universal, IV, 6 (5 de febrero de 1860), pp. 42-43; 8 (19 de febrero de 1860), pp. 59-60; 10 (4 de marzo de 1860), pp. 75-76); 11 (11 de marzo de 1860), pp. 83-85; 23 (3 de junio de 1860), pp. 178-179; 24 (10 de junio de 1860), pp. 186-187.
Otras colaboraciones
Manuel Fernández y González, «Monumentos de Toledo: La puerta del Sol», El Museo Universal, I, 4 (28 de febrero de 1857), pp. 27-28. Il., p. 28.
Manuel, Fernández y González, «Los piratas callejeros. Cuadros de costumbres», El Mundo Pintoresco, I, 5 (9 de mayo de 1858), pp. 33-34; 6 (16 de mayo de 1858), pp. 41-42; 7 (23 de mayo de 1858), pp. 54-55; 8 (30 de mayo de 1858), pp. 62-63; 9 (6 de junio de 1858), pp. 71-72; 10 (13 de junio de 1858), p 79; 12 (27 de junio de 1858), p 94; 14 (11 de julio de 1858), p 106; 16 (25 de julio de 1858), p 126; 18 (8 de agosto de 1858), p 143; 19 (15 de agosto de 1858), pp. 146-147; 20 (22 de agosto de 1858), pp. 157-158; 23 (12 de septiembre 1858), pp. 182-183; 38 (26 de diciembre de 1858), p 298.
Manuel Fernández y González, «Monumentos árabes españoles: Alcázar de Sevilla, El patio de las muñecas», El Museo Universal, II, 15 (15 de agosto de 1858), p. 118. Il., p. 117.
Manuel Fernández y González, «A España. Recuerdos y esperanzas», El Museo Universal, III, 23 (1 de diciembre de 1859), pp. 177-178. [«Sobre el escudo que timbró la gloria...»].
Manuel Fernández y González, «La toma de Granada y el Suspiro del Moro», El Museo Universal, IV, 1 (1 de enero de 1860), pp. 2-3; 2 (8 de enero de 1860), pp. 10-11.
Manuel Fernández y González, «Cosas de Madrid. Los carruajes públicos», El Museo Universal, IV, 3 (15 de enero de 1860), pp. 18-19; 4 (24 de enero de 1860), pp. 26-27.
Manuel Fernández y González, «A África, por la toma de Tetuán», El Museo Universal, iv, 7 (12 de febrero de 1860), pp. 50-51. [«África impura, acorralada fiera...»].
Manuel Fernández y González; M. Fernández y González, «La Alhambra», El Museo Universal, IV, 23 (3 de junio de 1860), pp. 181-183; 27 (1 de julio de 1860), pp. 214-215; 28 (8 de julio de 1860), pp. 218-219; 32 (5 de agosto de 1860), pp. 251-254. Il., pp. 252-253; 48 (25 de noviembre de 1860), pp. 378-380. Il., p. 380.
Manuel Fernández y González, «Prisión del rey de Francia Francisco I por los españoles en la batalla de Pavía», El Museo Universal, IV, 26 (24 de junio de 1860), pp. 202-203; 27 (1 de julio de 1860), pp. 210-211. Il., p. 212.
Manuel Fernández y González, «Crítica literaria a la Academia Española con motivo del premio otorgado por ella a la composición titulada “La nueva guerra púnica o España en Marruecos”; su autor, don Joaquín José Cervino», El Museo Universal, IV, 30 (22 de julio de 1860), pp. 234-235; 31 (29 de julio de 1860), pp. 242-243; 32 (5 de agosto de 1860), pp. 254-255; 33 (12 de agosto de 1860), pp. 258-260; 34 (19 de agosto de 1860), pp. 266-267; 35 (26 de agosto de 1860), pp. 274-275; 36 (2 de septiembre de 1860), pp. 282-283.
Manuel Fernández y González, «Carolina Santoni», El Museo Universal, VI, 34 (24 de agosto de 1862), pp. 269-270. Il., p. 269.
Manuel Fernández y González, «La Alhambra», El Museo Universal, VI, 36 (7 de septiembre de 1862), pp. 284-286. Il., pp. 284-285.
Manuel Fernández y González, «A Eugenia», El Museo Universal, VIII, 17 (24 de abril de 1864), p. 135. [«Puesto que versos me pides...»].
Manuel Fernández y González, «La voz de lo pasado. Fantasía», El Museo Universal, IX, 18 (30 de abril de 1865), p. 139. [«Reina y Señora: salud: ...»].
Lorena Castilla Torrecillas
Bibliografía consultada
Fernández y González, Manuel, Historia de un hombre contada por su esqueleto, Témpora, Madrid, 2002, pp. 5-7.
Ferreras, Juan Ignacio, La Novela por entregas 1840-1900: (concentración obrera y economía editorial): estudios sobre la novela española del siglo XIX, Taurus, Madrid, 1972, pp. 137-144.
Ferreras, Juan Ignacio, Catálogo de novelas y novelistas del siglo XIX, Ediciones Cátedra, Madrid, 1979, pp. 150-154.
Hernández Girbal, Florentino, Manuel Fernández y González: una vida pintoresca: biografía novelesca, Biblioteca Atlántico, Madrid, 1931.