Antonio de Trueba y la Quintana
Antonio de Trueba y la Quintana nació en Montellano (Vizcaya) el 24 de diciembre 1819 en el seno de una sencilla familia de labradores. A los dieciséis años fue enviado a Madrid para evitar que fuese alistado en las filas carlistas. Logró un destino de diez reales en el Ayuntamiento de Madrid en 1845, y empezó a trabajar en periódicos y revistas como el Semanario Pintoresco Español y la Revista Vascongada. A estos años se remontan sus primeras composiciones poéticas y algunas novelas de carácter histórico. En 1851 publicó El Cid Campeador, y al año siguiente el Libro de los cantares, que le llevaría a la fama, y por el que pasaría a ser conocido como «Antón el de los Cantares». En 1853 empezó a trabajar en La Correspondencia Autógrafa de España como redactor, tarea que compaginaría al principio con la colaboración en otros diarios y revistas como El Museo Universal, La Educación Pintoresca y La Ilustración Española y Americana. En 1862 las Juntas Generales de Vizcaya le nombraron archivero y cronista del Señorío de Vizcaya. Entonces abandona Madrid y vuelve de nuevo a su tierra natal a pesar de que era entonces cuando empezaba a gozar de cierta fama, no solo como periodista y poeta, sino también como narrador de cuentos, pues en 1859 verían la luz los volúmenes Colorín, colorado..., cuentos y Cuentos de color de rosa y un año después publicaría sus Cuentos campesinos. En 1862 se publicaron los Cuentos populares (en realidad segunda edición ampliada de Colorín, colorado..., cuentos). Ya en Vizcaya, sin abandonar sus actividades artísticas y periodísticas, empezó a poner orden en los archivos y a iniciar su labor como cronista del Señorío. Entre tanto, publicaría en 1864 Capítulos de un libro sentidos y pensados viajando por las provincias vascongadas, un año después la novela La paloma y los halcones, en 1866 los Cuentos de varios colores y Cuentos de vivos y muertos, y en 1867 un tomito de poesías titulado El libro de las montañas.
En 1870, cuando empezaba a preludiarse la guerra carlista, fue destituido de su cargo de archivero, acusado de carlista, y aunque conservaría todavía sus funciones como cronista, se vio obligado a emprender un «segundo destierro» a Madrid, donde permaneció casi tres años durante los cuales continuó con sus trabajos literarios: en 1874 publica Mari-Santa, el volumen Narraciones populares y al año siguiente la novela La redención de un cautivo en La Época, que se publicó al año siguiente en volumen con el título El redentor moderno. En ese mismo año, cuando la casa editorial Guijarro inicia una edición de todas sus obras, publica Cuentos del hogar. Todo ello sin abandonar sus colaboraciones en El Noticiero Bilbaíno, La Ilustración Española y Americana y La Familia Cristiana.
Finalizada la guerra en 1876 vuelve a Vizcaya donde es restituido en su cargo de archivero. Empieza entonces su labor como defensor de los fueros vascongados, que acababan de ser abolidos por Alfonso XII y prepara una historia general de Vizcaya que no llegará a publicar. Continúa su labor literaria dando a luz en 1878 Madrid por fuera y Cuentos de madres e hijos -el primero en Madrid y el segundo en Barcelona-, los Nuevos cuentos populares (1880), el Arte de hacer versos (1881), De flor en flor (1882) y Leyendas genealógicas de España (1887). Se dedica además a la elaboración del «Ensayo de una traducción de todos los nombres vascongados de los pueblos de Vizcaya», que publica en el Almanaque del Noticiero Bilbaíno en 1888. En 1889, con casi 70 años, muere víctima de una larga enfermedad que le tuvo postrado en cama cerca de tres meses.
El moderantismo es la tendencia política que representa más fielmente el pensamiento de Trueba, aunque sus ideas se harán más reaccionarias a partir de 1868, tras el triunfo de la Revolución. En sus escritos muestra verdadero interés por encontrar una síntesis adecuada entre la libertad y el orden, y entre la tradición y la modernidad, aunque suele quedarse con la primera. Tildado de neo-católico en 1861, para su disgusto, y de carlista en 1870, obligándole a salir de Vizcaya, Trueba evolucionó con los años hacia un moderantismo intransigente, agudizado a partir de 1876, tras la abolición de los fueros vasco-navarros. Fue, junto con José María Goizueta o Francisco Navarro Villoslada, representante del fuerismo vascongado.
El romanticismo historicista explica su obra: desde sus primeros trabajos dentro de la narración histórica, pasando por el cultivo y la recolección de literatura popular, hasta su faceta de escritor costumbrista expresada en cuentos o en novelas de costumbres. Considerado discípulo de Fernán Caballero, aunque con importantes diferencias en el tratamiento literario del material folclórico respecto de la escritora andaluza, la poesía y la prosa de Trueba se tiñen siempre de un tono sentimental y nostálgico que, según Valera, «proviene de su alma», una sensibilidad que aflora en sus textos en los que no hay distinción alguna entre el autor y el narrador. Ese sentimentalismo no conduce sino que radica en cierto idealismo, patente no sólo en esas explosiones de sentimiento, sino también en sus concepciones acerca de la creación literaria y sus juicios sobre la poesía y la literatura en general. De ahí que ni en sus poesías, ni en sus cuadros de costumbres, ni en sus cuentos se exprese «lo feo, que es lo opuesto a lo poético» (Capítulos de un libro, 1864).
Como se ha consignado anteriormente, el Semanario Pintoresco Español es una de las primeras revistas en las que colabora el joven Antonio de Trueba. Entre sus publicaciones se encuentran trabajos de carácter histórico-literario, como los artículos dedicados en torno al Poema de Mío Cid, cinco poemas del autor y un breve artículo periodístico «Las mujeres y los niños», exaltación sentimental de la maternidad. Dos son los cuentos publicados por Trueba en el Semanario. El primero, «Los indianos. Novela original» se publicó en el volumen de Cuentos de color de rosa (1862) con el título «El Judas de la casa» y muestra la temprana preocupación de Trueba por el problema de la emigración de los vascos a América. En el segundo, «Nostalgia», que pasó también al volumen de cuentos mencionado con el título «Desde la patria, al cielo», aboca parte de su experiencia vital, cuando siendo un niño fue arrancado de su hogar y su tierra. En ambos se muestran los principios morales sobre los que se sustenta la literatura de Trueba: el amor a la familia, al trabajo y a la patria.
Al tiempo que colabora en el Semanario Pintoresco Español, Trueba publica dos narraciones y un poema en la revista El Mundo Pintoresco en 1858: la leyenda fundacional de los vascos «Jaun-Zuría»; el cuento alegórico «Lozoya y Manzanares», que recrea la inauguración del canal de Isabel II; y el breve poema «Las aventuras de Orfeo».
Entre 1860 y 1867 colabora en El Museo Universal. Publica allí cuatro poemas, dos artículos periodísticos y de divulagación y nueve cuentos. Entre los poemas quizá deba destacarse «El alboguero de Astola», por su carácter popular y por su temática vascongada. En «Anfión» y «Hero y Leandro» populariza las historias de los personajes de la mitología griega infundiéndoles una lectura moral. «Miqueldico-Idorua» (1864) es un artículo sobre el ídolo de Miqueldi, situado cerca de Durango, villa próxima a la ciudad natal del escritor, en el que el autor recupera los diferentes testimonios de historiadores que describen e intentan interpretar la famosa estatua. «Cánticos del nuevo mundo» (1865) es una reseña del libro de poemas de Fernando Velarde publicado en 1860. Trueba se identifica con el sentimiento de nostalgia por la patria chica del escritor santanderino y reproduce algunos de los poemas del libro. Los nueve cuentos publicados en esta revista muestran el habitual quehacer de Trueba como narrador. A excepción de «Querer es poder. Cuento ministerial», que transcurre en su mayor parte en Madrid, todos se sitúan en diferentes pueblos de España, en especial en el País Vasco, y muestran, por un lado, la ingenuidad rozando la simpleza de sus habitantes (así ocurre en «El más listo que Cardona» o «Los tomillareses»); por otro, los comportamientos recriminables de sus habitantes debido a una mala educación o la carencia de un guía. «De patas en el infierno» destapa una actitud reprochable, la de los hombres que tardan en cumplir sus promesas de matrimonio; en «Los borrachos» la triste historia de un matrimonio sirve de ejemplo para mostrar las terribles consecuencias de la bebida. «El perro negro» es un sucedido (como lo son «La vida del hombre malo» y «Querer es poder») que bien podría ser una leyenda teniendo en cuenta el tratamiento de los acontecimientos, puesto que Trueba les otorga la trascendencia moral propia de este género. Los tres cuentos restantes, «La portería del cielo», «El tío Miserias» y «Tragaldabas», son cuentos folclóricos adaptados por el autor. Tomando como referencia a los hermanos Grimm y a Fernán Caballero, pero alejándose conscientemente de ellos, este escritor transforma completamente el relato folclórico siguiendo sus propias ideas estéticas. En sus cuentos reelaborados se suprimen o transforman buena parte de los elementos maravillosos, y se aduce una contundente aunque sencilla enseñanza moral, que en muchos casos desvirtú el argumento folclórico originario. El cuento folclórico sirve también a Trueba para difundir su pensamiento político, cargándose el relato de una firme tendenciosidad.
Cuentos
Antonio de Trueba, «Los indianos. Novela original», Semanario Pintoresco Español, 42 (16 de octubre de 1953), pp. 334-336; 43 (23 de octubre de 1853), 343-344; 44 (30 de octubre de 1853), pp. 349-351; 45 (6 de noviembre de 1853), pp. 358-359; 46 (13 de noviembre de 1853), pp. 362-324.
Antonio de Trueba, «Nostalgia», Semanario Pintoresco Español, 10 (9 de marzo de 1856), pp. 77-79; 12 (23 de marzo de 1856), pp. 94-96; 13 (30 de marzo de 1856), pp. 99-101; 14 (6 de abril de 1856), 111-112; 15 (13 de abril de 1856), pp. 118-120.
Antonio de Trueba, «Lozoya y Manzanares», El Mundo Pintoresco, I, 13 (4 de julio de 1858), pp. 102-103.
Antonio de Trueba, «De patas en el infierno», El Museo Universal, V, 21 (26 de mayo de 1861), pp. 167-168; 22 (2 de junio de 1861), pp. 175-176; 23 (9 de junio de 1861), pp. 183-184.
Antonio de Trueba, «La vida del hombre malo», El Museo Universal, V, 30 (28 de julio de 1861), 237-239.
«Los borrachos, cuento por Antonio de Trueba», El Museo Universal, VI, 1 (5 de enero de 1862), pp. 7-8; 2 (12 de enero de 1862), pp. 15-16; 3 (19 de enero de 1862), pp. 23-24; 4 (26 de enero de 1862), pp. 31-32.
Antonio de Trueba, «El perro negro. Cuento popular», El Museo Universal, VI, 34 (24 de agosto de 1862), pp. 271-272.
Antonio de Trueba, «La portería del cielo. Cuento popular», El Museo Universal, IX, 16 (12 de febrero de 1865), pp. 54-56.
Antonio de Trueba, «Querer es poder. Cuento ministerial», El Museo Universal, IX, 32 (6 de agosto de 1865), pp. 253-254; 33 (20 de agosto de 1865), pp. 270-271.
Antonio de Trueba, «El tío Miserias (Cuento popular)», El Museo Universal, IV, 39 (24 de septiembre de 1865), pp. 311-312; 40 (1 de octubre de 1865), pp. 319-320; 41 (8 de octubre de 1865), pp. 327-328; 42 (15 de octubre de 1865), pp. 335-336.
Antonio de Trueba, «Traga-Aldabas. Cuento popular», El Museo Universal, XI, 41 (12 de octubre de 1867), pp. 327-328; 42 (19 de octubre de 1867), pp. 335-336.
Otras colaboraciones
Antonio T. y la Quintana, «A la joven poetisa A. F.», Semanario Pintoresco Español, 51 (17 de diciembre de 1848), pp. 411-412. [«No prepares el pañuelo...»](Error en el catálogo de Simón-Díaz (1840 en lugar de 1848).
Antonio T. y la Quintana, «Estudios históricos. El Cid», Semanario Pintoresco Español, 16 (20 de abril de 1845), pp. 122-124.
Antonio de T. y la Quintana, «Al la torre de Loizaga», Semanario Pintoresco Español, 25 (22 de junio de 1845), pp. 199-200. [«Un siglo sobre otro siglo...»]
Antonio T. y la Quintana, «Poesía. Pelayo», Semanario Pintoresco Español, 16 (18 de abril de 1847), pp. 127-128. [«Salvajes alaridos...»]
Antonio de Trueba, «La primera verbena», Semanario Pintoresco Español, 24 (12 de junio de 1853), pp. 191-192. [«Entre flores y ramas...»] (Fechada el 13 de junio de 1852).
Antonio de Trueba, «Las fijas de Mío Cid», Semanario Pintoresco Español, 2 (8 de enero de 1854), pp. 15-16; 3 (15 de enero de 1854), pp. 19-22; 4 (22 de enero de 1854), pp. 29-30. (En nota se señala que se trata de un extracto prosificado de «la parte más interesante del Poema del mio Cid, en el que se ha imitado la fabla»).
Antonio de Trueba, «Bienaventurados los que creen», Semanario Pintoresco Español, 17 (23 de abril de 1854), p. 136. [«Duerme, niño del alma...»]
Antonio de Trueba, «Las mujeres y los niños», Semanario Pintoresco Español, 3 (20 de enero de 1856), pp. 19-20.
Antonio de Trueba, «Las aventuras de Orfeo», El Mundo Pintoresco, I, 11 (20 de junio de 1858), p 87. [«Según la fábula cuenta...»]
Antonio de Trueba, «Egoísmo filial», El Museo Universal, IV, 19 (6 de mayo de 1860), p. 151. [«Mi madre me dice: Niña...»]
Antonio de Trueba, «Anfión», El Museo Universal, V, 22 (2 de junio de 1861), p. 175. [«Anfión era un buen chico...»]
Antonio de Trueba, «Hero y Leandro», El Museo Universal, V, 27 (7 de julio de 1861), p. 215. [«Hero, larga de donaire...»]
Antonio de Trueba, «Miqueldico-Idorua», El Museo Universal, VIII, 49 (4 de diciembre de 1865), pp. 387-388; 51 (18 de diciembre de 1864), pp. 402-404. [G].
Antonio de Trueba, «Cánticos de nuevo mundo», El Museo Universal, IX, 4 (22 de enero de 1865), pp. 30-31; 5 (29 de enero de 1865), pp. 38-39.
Antonio de Trueba, «El alboguero de Astola. Poema popular (Al señor don Obdulio de Perea», El Museo Universal, IX, 32 (10 de agosto de 1867), p. 255; 33 (17 de agosto de 1867), pp. 262-263.
Montserrat Amores
Bibliografía consultada
Amores, Montserrat, Antonio de Trueba y el cuento popular, Diputación Foral de Bizcaia, Bilbao, 1999.